Carlos Calderón
¿Qué haces en un día normal? La alarma de tu celular te indica que tu día inició, te levantas dejando tu silueta en la cama, tomas una ducha –espero-, te pones algo de vestir, utilizas la cafetera para que un líquido oscuro sea el sostén de tu día y te diriges a tu primer destino. Nunca -para los más avispados tal vez unas pocas veces- nos ponemos a pensar, más allá de lo evidente, sobre todo lo que utilizamos en nuestro día a día: tu alarma, tu cama, tu ducha, tu camiseta, tu cafetera, tu bicicleta, tu carro y más. Pues resulta que cada uno de estos elementos, que ahora consideramos propios e inherentes a nuestro estilo de vida, fueron alguna vez producidos por alguien más. Es más, incluso antes, fueron ingeniados por alguien más.
El mundo está plagado de objetos que alguna vez fueron innovadores, que rompieron el paradigma de cómo se hacían las cosas y se abrieron un espacio en nuestras vidas. La innovación nos atrapa, nos sorprende, nos emociona, pero tan rápido como nos apropiamos de ella, le quitamos el brillo, nos deshacemos de su nombre y lo convertimos en cotidiano, en pasado. Es más, mientras más exitosa una innovación sea, más rápido deja de ser innovación ante los ojos de los mortales como nosotros. A esto le llamo tragedia de los innovadores, donde la dulce y placentera comedia de lo innovador se transforma rápidamente en tragedia, en mundano o en olvido.
Pero si nos mantenemos con este pensamiento viviremos engañados. Hay una fórmula para perpetuar esta dulce comedia: la innovación constante. Así, su naturaleza fugaz no debe evitar que empecemos a innovar; al contrario, debe obligarnos a nunca dejar de innovar. ¿Por qué? Porque la innovación ha sido, es y será siempre la clave para cambiar el mundo, y es nuestra obligación cambiarlo. ¡Atrévete e innova! ¿Cómo? No hay fórmulas secretas. Sin embargo, a mi parecer, los elementos que componen al ahora conocido “Design Thinking” engloban la esencia de todo proceso de innovación al margen de qué técnica o metodología utilices -y si incluso utilizas alguna o no-.
El potencial innovador es propio del ser humano, pero si necesitas un empujón, aquí unos consejos:
Empatiza. Reconoce que la innovación no es un fenómeno que nace en solitario, es un fenómeno que nace en sociedad. Un innovador no innova para sí mismo, innova para los demás. En ese sentido, el innovador no es egoísta, sino empático. La innovación parte de la necesidad o el problema de un grupo. Si no entendemos al grupo, no entendemos sus necesidades. Y si no entendemos sus necesidades, no entendemos de innovación.
Define. El ser humano es complejo, sus pensamientos y sus sentimientos son intrincados, y utilizar nuestros sentidos para interpretarlos es aún más difícil. Pero quien innova debe combatir esto, encontrar el problema de raíz y definirlo en palabras. Algo que, en realidad, ni la misma persona que tiene el problema ha podido identificar por sí mismo. Y que, tal vez, ninguna persona haya identificado aún.
Idea. Idear no es innovar. Pero entrar al mundo de las ideas es un requisito previo. Sumérgete al mar de las posibilidades y maquina todas las posibles respuestas al problema que has definido. Sin miedos, sin prejuicios, sin limitantes. Es momento de las ideas más descabelladas y las más directas, de las más simples y las más complejas. No te preocupes, sumérgete hondo. Cuando ya te sientas sin oxígeno, regresa a superficie descartando ideas y quedándote con la más factible, viable y deseable. Aquella que genere el mayor valor.
Prototipa. ¿Ya tienes tu idea? Ahora pruébala. No basta con pensar que la idea es buena, hay que comprobar que la idea hecha realidad es buena. Ten en cuenta tus limitantes: tiempo y dinero. Así que encuentra la forma más rápida y barata de tangibilizar tu idea de tal forma que su funcionalidad básica se mantenga y se pueda evaluar la magnitud y eficiencia con la que puede resolver el problema definido.
Evalúa. ¿Ya convertiste tu idea en una realidad? No basta con que solo tú percibas que es buena, hay que demostrar que es buena para los demás. Muéstrala. Deja que la gente la pruebe, discuta y experimente con ella. No lo hagas con cualquiera, sino con aquel con el que empatizaste al inicio, aquel a quien destinas tu idea. Vuelve. Regresa sobre tus pasos de ser necesario y no lo tomes como un fracaso, sino como parte del camino al éxito. El proceso no es lineal. El proceso es un aprendizaje continuo que no te retrasa, te repotencia.
Empatiza, idea, prototipa, evalúa, vuelve de ser necesario, innova, cambia al mundo y hazlo ahora.
Carlos Calderón, Director de Innovación Académica de @Startschoolperu.org
Economista de la Universidad del Pacífico